viernes, 24 de abril de 2009

HAY----------

HAY


Necesitaba soltarlo, merece un post. Llega el buen tiempo y hoy se inicia, al menos en los bares de mi barrio, la temporada de los caracoles. Ese pequeño ser cuya esencia es la baba, y el órgano que la produce hace bien al paladar de muchas personas, que nos creemos más civilizadas que aquellas que se mueren por las hormigas fritas o los saltamontes a la espalda. Y es que, no sé si estaréis de acuerdo conmigo, una no puede ir a cualquier sitio donde sirvan caracoles. Se necesita una serie de garantías, fundamentalmente en lo que respecta al lavado de los mismos (la mocosidad gelatinosa no resulta de mi agrado) y el tiempo de cocción es fundamental, muy blandos están "paecharlos" y muy duros, no hay quien le meta el diente, dan un asco. La turgencia adecuada es lo que gusta y eso es lo que los hace buenos o malos, bien especiados, con su toque de picante, su vasito al lado del caldito, no metan las manos que hay much@s que parecen que se las están lavando por muy tuya que sea la tapa ( no queda bien para luego ofrecer ¿quiéres? y yo que sé si has estado en el baño antes so puerc@) y su palillero, presto a culminar la faena. Comer caracoles va de la bastedad más absoluta al arte más sublime, rezumando incluso sensualidad.


Yo voy a un sitio que, no sé si es una leyenda urbana, tienen lavadora para los caracoles. Me la imagino como la de la barbie, pequeñita, con sólo dos funciones, prelavado y lavado, y colocada en una encimera preparada justo para ese fin, para que al centrifugar no entorpezca las faenas de la cocina. Lo cierto es que donde voy, cuando te ponen tu tapa de caracoles, están brillantísimos, son espejos y su grado de turgencia el adecuado. Jamás me he encontrado a ninguno de sus primos, a saber, orugas, por ejmplo. No, no os sorprendáis, a mi madre le tocó una, en un establecimiento no especializado en caracoles, y la hiel de la misma la mantuvo años en su recuerdo. Ella no nos puede ver tomar caracoles, se descompone porque el recuerdo la persigue.


¿Cómo sé yo que el establecimiento es el adecuado? Pues cuando no veamos el caracol pintado en una pizarra de tiza, sino que esté más elaborado, integrado en un toldo, dibujado en la carta de tapas ya impreso, etc. Ya sabéis, que a diferencia de otros productos, siempre que hay caracoles en un bar se puede leer HAY------- y te pintan al animal, cosa extraña que no ocurre ni con el churrasco, ni con el pinchito, ni con los montaditos. Solo conozco otro caso el del PULPO, que a veces lo representan plásticamente también, pero es una excepción. El caracol gana por mayoría, es una imagen más que un concepto, de nada sirve que lo nombren, se dibuja y ya está. Es lo nunca visto


Post post: Y digo yo.... ¿es que a alguien que no sepa qué es un caracol para tener que ir pintándolo? Os dejo que he quedado, a ver si caen los primeros de la temporada.


jueves, 23 de abril de 2009

Tributo a Gloria Fuertes, con amor

Cuanto más agua bebo,
más sed tengo.
Cuanto más me abrigo,
más frío tengo.
Cuanto más duermo,
más sueño tengo.
Cuanto más prisa llevo,
más me entretengo.
Pero cuanto más te pienso,
menos te tengo.

miércoles, 15 de abril de 2009

EL BOMBO


Bueno este es un recuerdo de mi infancia, ya lejana, allá por la década de... tampoco conviene ser tan explícita a veces. Lo que decía, recuerdo cuando mis padres iban mensualmente a ELCES, lo más parecido a ECOVOL o CONTINENTE o CARREFOUR, pero en chiquitito. Era esa cita sagrada y el cargamento no variaba de un mes para otro. Aprovisionamiento de imperecederos, que pesaban, ayyyyy Dios, muchísimas latas de conserva, el medio kilo de queso de la marca que le gustaba a Papá, chacinas en barra, latas de tomate a mansalva, dos paquetes de gitanitos (que nos duraban dos días), los huesitos que pillábamos de la caja (estrategia de marketing, ahí, que generaba la mar de discusiones familiares) y la ineludible visita al pasillo de los detergentes.

A mi madre, q su fidelidad nunca ha sido puesta en entredicho, es adicta a los productos de limpieza que siempre debían ser de la misma marca. Esa adicción aún perdura. El suavizante FLOR y el detergente COLÓN. Ay ese Colón, porque claro, tengo que aclararos que mis padres viven en un cuarto piso sin ascensor, luego lo que se nos prometía un festín de comida y golosinas, tenía que pasar previamente por el calvario de la subida al Gólgota de mi bloque de pisos. Así que una vez que salíamos de ELCES, a mí se me habrían las "cannes" pensando lo que me tocaría subir. Y es que yo, mínima, delgadita como un insecto palo y sin fuerzas, siempre, pero siempre, siempre, era la portadora del dichoso bombo de Colón. Y es que no fallaba nunca en mis cálculos, pero debéis saber que a mi madre no le gustaba tener solo un producto de cada consumible, sino siempre más de dos. Luego... me tocaba la subida doble del dichoso Bombito de marras.

Como imagináis yo nunca he vuelto a comprar COLÓN para lavar mi ropa, porque es que lo veo y me descompongo, que aunque ya no esté en ese formato cilíndrico sino rectangular, el subconsciente me traslada a la sudoración fría que me entraba en aquellos maravillosos años. Y qué tiempos aquellos, porque los niños ya no guardan sus juguetes en envoltorios de los productos. Fuimos la vanguardia del reciclaje, porque el bombo era la casa del LEGO, de los PLAYMOBILS, de lo ARGANBOYS, de todos los muñequillos pequeñitos que hacinábamos en ese interior tan profundo que tenían los bombitos. Solo guardo un grato recuerdo del COLÓN, un reloj negro CASIO, que en mi casa tuvieron la deferencia de regalarme cuando lo trajo el cartero. Y además tenía luz, lo flipaba con él, aunque me bailara en la muñeca porque era talla única, of course. Nunca entendió mi madre el motivo por el que no me ponía el reloj que me habían regalado en la comunión, ccon un sol y unas estrellas, la mar de bonito, pero tampoco yo hasta ahora había pensado en la explicación sencilla de que donde se pusiera un objeto ganado con sudor, no llega uno regalado por la gracia de Dios